Guillermo Rendueles
Publicado en Corriente Sindical de Izquierdas Asturies
Una fantasía se repite en el imaginario popular durante todas las crisis: la calamidad se vive como una situación túnel que debemos atravesar con dolor para que al final salgamos a la luz de nuestras vidas cotidianas, volviendo a lo de siempre. Como con la otra canción del Dúo Dinámico, soñamos que cuando llegue el verano todo será maravilloso. Con el sol, los niños volverán a la calle y llenarán de risas y juegos los parques, y todos regresaremos a las calles para compartir sidras, y a llenar playas o incluso estadios de futbol.
Me temo que es una falsa ilusión Como no llegue esa improbable vacuna, los altos riesgos de que repunte la pandemia convertirán la salida de casa en un proceso lento en el que nuestra vida social se transformará al dictado de un higienismo que prescribirá distancia, soledad y semiencierros para que cada uno cuide de sí y no dañe a los demás. Ser solidario no consistirá por ello en acercarse o abrazarse sino en alejarse y protegerse. La sospecha presidirá las relaciones personales. Y el estigma sobre las personas de riesgo ya empieza a aparecer bajo la vieja fórmula de “no en mi patio de atrás“: los sanitarios son muy buenos … si no viven a mi lado.
La imagen del puercoespín que por sus púas debe distanciarse de sus semejantes para vivir en sociedad sin dañarse me parece la imagen que presidirá nuestras relaciones en el futuro próximo y amargo que nos espera. Science predice que tendremos que seguir viviendo -salvo que la vacuna nos libere- en el riesgo de una cronicidad de neumonías víricas con repuntes periódicos, gestionadas con políticas indecisas que deben decidir entre atenuar catástrofes económicas y arriesgar vidas mediante normalizaciones prematuras de los encierros.
Las epidemias no son nada nuevo en la historia: diversas pestes decidieron guerras, mantuvieron el comercio de esclavos hacia América (una extraña teoría hacía a negros y amarillos inmunes a las plagas del nuevo mundo que exterminaban a los indígenas), o diseñaron la higiene y arquitectura de las ciudades que conocemos. La última epidemia de cólera en Londres, a finales del siglo xix, supuso la promulgación de una ley de pobres que obligaba a soportar en cada parroquia la subsistencia de sus pobres, y a una política de construcción de cloacas que alejasen los miasmas de las grandes ciudades. Ninguna pandemia del pasado produjo revoluciones, sino miedos e imaginarios milenaristas en las poblaciones que las sufrieron.
Por ello creo que el mercado-mundo del siglo xxi al que llegó el virus y lo mandó parar no tardará en adaptarse a esa sociedad del puercoespines, extrayendo beneficios del desastre. Un dogma de la economía postcapitalista es que cuando surge un Cisne Negro -una situación impredecible – el buen gerente se parece al buen surfista que cabalga la ola que llevará a la ruína a muchas empresas pero enriquecerá a los que sepan aprovechar la ocasión. Nuevas necesidades para guardar esa distancia de seguridad hará que los ciclos de explotación sigan su eterno retorno de selección-extinción de los ejecutivos y empresas más aptos para mercadear. Desarrollar la robótica en todos los ámbitos, fomentar la autoexplotación con el trabajo a domicilio, patentar aparatos de detección-protección frente a riesgos de contagio, crear espacios seguros que excluyan a sospechosos, tales son estrategias empresariales que empiezan a insinuarse. Y los ejecutivos, como los buitres, ya observan desde sus despachos el paisaje de provecho para después de la batalla.
Preocuparse por el futuro lejano es algo ajeno a la racionalidad capitalista. Se considera un ámbito de la ciencia-ficción propia del idealismo izquierdista siempre soñando paraísos o catástrofes que reeditan apocalipsis o mesianismos. Socialismo o Barbarie fue la alternativa con la que uno de los grupos mas lúcidos del siglo pasado intervino en las luchas sociales. Advirtieron, sin mucho eco, la barbarie que resultaría del triunfo de un mercado desregulado y unas poblaciones alienadas por necesidades artificiales gestionadas desde el Estado, por amos burocráticos. El resultado de ese progreso en la barbarie llevó a la gente a cegarse frente a cualquier discurso ecologista que señalase los desastres planetarios que ahora se evidencian.
¿Cómo no recordar la sordera popular en España cuando lo más lúcido de los intelectuales comunistas, agrupados en torno a Manuel Sacristán, fundaron en el siglo pasado la revista Mientras Tanto para desarrollar una conciencia y una práctica ecosocialista que resultó irrelevante en el carnaval político en que nos enredamos? Jorge Reichman, uno de los supervivientes del grupo, ya da la pelea por perdida y ve con melancolía un planeta sin porvenir.
Europa frente a la pandemia aprovecha para amurallarse y cerrar fronteras a los migrantes imitando un Titanic que va al naufragio, sin renunciar a uno solo de sus excesos consumistas. Extender el gasto en papel higiénico de un europeo a todos los habitantes del planeta acabaría con él en menos de una década. La goleada por la que el capitalismo va ganando la lucha de clases se basa en su éxito para conquistar el sentido común de la gente. Racionalidad práctica presidida por el egoísmo, y la ceguera para distinguir la vida buena -satisfacer las necesidades reales-, y la solidaridad de la buena vida que no se sacia nunca de consumos fetichistas.
Regirse cotidianamente por el beneficio egoísta que calcula en cada relación como invertir menos -tiempo, afecto, dinero – y recibir más, se ha extendido de lo económico al mundo de la vida. Niños y viejos, que exigen inversiones de tiempo y cuidados que no devuelven, encarnan la figura del gorrón del que debe huir cualquier elector racional. Esa razón egoísta trituró las tradiciones de ayuda mutua entre los de abajo, y en postmodernidad no hay tiempo ni energías para cuidar a viejos o niños que deben pasar a depender de guarderías y asilos. Esta estrategia permite invertir el tiempo en trabajos alienantes para producir inutilidades. Estos trabajos logran más realización personal por recibir un salario que el trabajo no mercantil realizado con los de casa.
El repunte del fascismo como ideología de los obreros de Francia o Italia tiene una genealogía que conviene conocer para salir del asombro que producen las viejas barriadas parisinas con historia comunista reconvertidas en bases de la extrema derecha francesa. Ese fascismo emergente creo que nace del horror popular frente al éxito del capital liberal que ha reducido los trabajadores al precariado, licuando a la vez el Nosotros que presidia las solidaridades cotidianas de esos barrios, y sustituyéndolo por esa aglomeración de Yoes egoístas La promesa fascista de volver atrás la historia y restaurar los viejos buenos tiempos del respeto al trabajo clásico y al orden familiar y social seduce a esa población popular incapaz de desvelar los planes de servidumbre universal que articula el proyecto neofascista.
La crisis económica que la pandemia anticipa podía hacernos soñar con un cambio radical de lo social si la potencia popular fuese capaz de reconstruir lejos del mercado los destrozos de las ruinas. Pero esa posibilidad es altamente improbable: la derrota del 2008 en la que los banqueros impusieron su dictado está demasiado reciente para soñar con realismo ese cambio al que Asturias llega con una derrota previa que la deja despoblada y en decadencia. Cantar la internacional cuando, ante las crisis sucesivas del metal o la minería, se eligieron pensiones frente a conservación de trabajos para los jóvenes, ejemplifica el filisteísmo de las elecciones obreras en nuestro pasado reciente. Así se afianzó en Asturias una ideología popular egoísta relatada según una épica progresista de marchas, encierros y barricadas.
No cabe entonces con soñar victorias sino resistencias que frente al proyecto dominante de seguir con más de lo mismo lo limite a menos de lo mismo. Menos de lo mismo que debe empezar por ejemplo procurando que la reflexión por el horror de las muertes en geriátricos genere una reflexión radical sobre las formas de vida en postmodernidad Los manicomios fueron el siglo pasado unas instituciones que sintetizaban la exclusión y que creaban un doble de la locura que aumentaba el sufrimiento que los pacientes sufrían. El escándalo ante su situación llevó a una toma de conciencia antiautoritaria. En los asilos y residencias de mayores ocurre lo mismo : los sufrimientos allí no son solo los de la vejez, sino los creados por unas instituciones totales que producen hospitalismo y otras patologías similares a las de las cárceles o los cuarteles. En Asturias había cerca de 15000 internados en esas instituciones cuando comenzaron las muertes por la pandemia en los geriátricos. Las autoridades ofrecieron a sus familiares la posibilidad de des-institucionalizarlos, y no llegó a un par de cientos los mayores que volvieron a casa. La antipsiquiatría fue un movimiento que logró echar abajo los muros de los manicomios. Hoy la buena gente debe recoger esa cita y des-institucionalizar y resocializar a los mayores para que no esperen la muerte en esas instituciones que la anticipan.
La crisis ha fijado a poblaciones relativamente amplias a vivir en las redes sociales. Mas allá del teletrabajo algunas personas ya preferían la vida en internet a la vida y los amigos, o el sexo en la red al sexo real. El miedo del puercoespín al daño que le produce el prójimo va a extender esas conductas que dejarán de etiquetarse como adiciones para verlas cada vez mas como estilos de vida o preferencias relacionales. La demonización de las manifestaciones feministas es un ejemplo de esa probable fobia a la calle cuya propiedad deberemos reinventar.
La crisis nos hará mas pobres, por lo menos durante un tiempo, y que esos años duros no nos hagan mas insolidarios dependerá de que cómo se redefinan las necesidades. El nuevo espíritu del capitalismo triunfa en buena parte porque la frugalidad de los de abajo se substituye por una imitación del derroche de las clases altas. Desarrollar un nuevo gusto que exija bienes comunes-sanidad, escuela, cultura-, y frene estilos de vida de clase media -turismo, segunda vivienda, cambios de coche- son de nuevo tareas difíciles pero imprescindibles. Pasan por el reconocimiento de que la mayoría de esos consumos producen mas malestar que gozo: las gentes del Inserso, arrastradas por catedrales o museos, cuando se sinceran, reconocen con fatiga que “esto no es para nosotros “.
Cuídate es uno de los saludos-despedida mas habituales en estas semanas de encierro. Cuidémonos: frente al gastar al salir de casa con el que nos bombardean los medios, desarrollar una sociedad de cuidados, que recorra desde la intimidad de familia y amigos a las luchas contra el cambio climático. Promover estilos de vida frugales debería ser el aprendizaje que nos deje esta pandemia.