Mario Domínguez, Jaron Rowan, Rubén Martínez y ZEMOS98. Virus editorial, 2013
Los representantes de las grandes corporaciones y de las industrias culturales hablan del modelo comercial, que durante el último siglo ha hegemonizado las formas de producción intelectual y creación cultural, como si se tratara de un ecosistema cerrado que habría llegado a nuestros días de forma armónica y desconflictivizada. Según esta lectura, ese supuesto orden natural, basado en los títulos de propiedad sobre obras fruto de procesos creativos y de investigación, se vería hoy amenazado por la irrupción de internet y de la cultura de la descarga y el intercambio asociada a ésta.
Pero, como muestra La tragedia del copyright, éste ha sido siempre un terreno de conflicto que afecta a bienes comunes en campos tan diversos como la ciencia, la agricultura, la producción artística o la cultura popular. La historia del copyright y de los derechos de autor está estrechamente asociada a los procesos de desposesión, apropiación, privatización y comercialización del conocimiento y la cultura, que han afectado tanto a la sabiduría ancestral de comunidades indígenas como a quienes han dedicado su vida a la creación. El interés por la explotación comercial de los saberes ha estado en tensión permanente con el dominio público, el acceso abierto al conocimiento y, en última instancia, con los modelos de cooperación no basados en la competencia.
Esta lucha entre lo común y su privatización se encuentra hoy ante una crisis de modelo, consecuencia de diferentes factores: el paso a un segundo plano de la copia física; la construcción de estructuras de intercambio no basadas en la compra-venta; la disolución de los viejos roles comerciales en un terreno en el que un mismo sujeto puede crear, producir, distribuir o consumir; o la constitución de «empresas del procomún» que sitúan el conocimiento entre los bienes comunes y cuestionan el concepto mismo de propiedad intelectual. Realidades que también intentan captar y de las que se intentan apropiar los aparatos industriales pero que, en cualquier caso, dibujan un nuevo terreno de juego y de conflicto.
Jose María Arribas, Angel de Lucas, Beatriz Mañas y Mario Ortí. Ed. UNED, Madrid. 2013.
El presente manual está destinado a la preparación de la asignatura Sociología del Consumo e Investigación de Mercados que se imparte en cuarto año del grado de Sociología. Los textos seleccionados y los capítulos que estructuran el libro no son textos improvisados, proceden de la experiencia de varios años de docencia en la licenciatura de Ciencias Políticas y Sociología de la UNED, y es deudor del Curso de Posgrado de la Universidad Complutense «Praxis de la Sociología del Consumo. Teoría y Práctica de la Investigación de Mercados».
Tras el derrumbe de la utopía neoliberal, el gran consenso ideológico de nuestro tiempo es la capacidad de las tecnologías de la comunicación para inducir dinámicas sociales positivas. La economía del conocimiento se considera unánimemente como la solución al deterioro especulativo de los mercados; las redes sociales son el remedio a la fragilización de nuestras vidas nómadas y globalizadas; la ciberpolítica aspira a regenerar nuestras democracias exhaustas… Nos gusta imaginar Internet como una especie de ortopedia tecnológica que ha transformado hasta el punto de su virtual superación los dilemas prácticos heredados de la modernidad.
Sociofobia cuestiona, en primer lugar, este dogma ciberfetichista. La ideología de la red ha generado una realidad social disminuida, no aumentada. Sencillamente ha rebajado nuestras expectativas respecto a lo que cabe esperar de la intervención política o las relaciones personales. Por eso Sociofobia, en segundo lugar, realiza una ambiciosa reevaluación crítica de las tradiciones políticas antagonistas para pensar el postcapitalismo como un proyecto factible, cercano y amigable.
Acaba de morir el día 12 de marzo en París, a los 79 años de edad, de un cáncer de pulmón, el sociólogo francés Robert Castel. Tenía un espíritu joven, pues realizó sus análisis en función de posibles cambios sociales que nos ayuden a avanzar hacia sociedades más justas, pero poseía a la vez el don de la sabiduría sedimentada propia de los viejos maestros, pues era reflexivo, prudente, atento a los matices, consciente de que las fuerzas sociales poseen un peso, una inercia heredada, que no se doblega fácilmente mediante actos voluntaristas, y, menos aún, mediante el recurso a la omnipotencia del yo, o apelando a la inteligencia emocional.
Robert Castel fue profesor agregado de filosofía en Lille, en donde estableció una estrecha amistad con Pierre Bourdieu. Fruto de esta amistad fue su entrada en el Centro de Sociología Europea y la edición y presentación, en la colección dirigida por Pierre Bourdieu en las Ediciones de Minuit, de Razón y revolución de Herbert Marcuse, y de Internados de Erving Goffman. Tras mayo del 68 fue, junto con Jean-Claude Passeron, fundador y director del Departamento de Sociología en la recién creada Universidad de París VIII en Vincennes. Allí, junto a Nicos Poulantzas, Michel Lowy, Jacques Donzelot, Daniel Defert, Bernard Conein, María Antonietta Macciocchi, Françoise Duroux, Michel Meyer, y otros, ejerció durante años la docencia y la investigación. Sus concurridos cursos de tarde en los años setenta versaban predominantemente sobre la sociología de las enfermedades mentales, un campo hasta entonces muy poco explorado por los sociólogos, y en esos cursos participaron profesores invitados como David Cooper, Michel Foucault, Ramón García y Franco Basaglia. Entendía la docencia como una enseñanza profesional de calidad al servicio del enriquecimiento intelectual de los estudiantes, y tenía una habilidad especial para convertir preguntas, o comentarios banales, o razonamientos demasiado esquemáticos, en problemas pertinentes. Nunca identificó a los estudiantes con los alumnos, pues los respetaba y los consideraba, al igual que el maestro de Albert Camus, ciudadanos dignos de conocer el mundo.
Robert Castel consideraba que la sociología es una ciencia que debe responder a las demandas sociales de clarificación que plantea la sociedad, o al menos los grupos más oprimidos y desasistidos de la sociedad. Y probó que es posible una alianza entre los sociólogos y los profesionales prácticos para transformar o abolir zonas de sombra de la vida social en donde se acumulan poderes y violencias arbitrarias, como ocurría por ejemplo entonces con las instituciones totales. Fruto de esta alianza fue la creación de la Red europea de alternativa a la psiquiatría que, en paralelo con la Red de información sobre las prisiones, promovida entro otros por Michel Foucault, se movilizó por la aprobación en Italia de la Ley 180 que abolió los manicomios creados por la ley de 1838. Libros colectivos como Los crímenes de la paz vieron entonces la luz. Castel publicó en esta perspectiva libros importantes que desencadenaron vivos debates como El psicoanalismo, (subtitulado El orden psicoanalítico y el poder), así como El orden psiquiátrico y La sociedad psiquiátrica avanzada: el modelo americano. Todos ellos han sido traducidos al español.
Tras la muerte de su compañera Françoise, psiquiatra comprometida en apoyo de los enfermos mentales, la obra sociológica de Robert Castel dio un giro para plantearse el retorno de la cuestión social, coincidiendo con los años de plomo de la ofensiva neoliberal. Fruto de una rigurosa investigación de sociología histórica, metodológicamente impecable, una investigación realizada cuando ya era Director de Estudios en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, fue el libro publicado en 1995, titulado Las metamorfosis de la cuestión social. Me ha parecido, escribe en el Prólogo de este libro, que en estos tiempos de incertidumbre, en los que el pasado se oculta, y el futuro es indeterminado, teníamos que movilizar nuestra memoria para tratar de comprender el presente. (…) La situación actual está marcada por una conmoción que recientemente ha afectado a la condición salarial: el desempleo masivo y la precarización de las situaciones de trabajo, la inadecuación de los sistemas clásicos de protección para cubrir estos estados, la multiplicación de los individuos que ocupan en la sociedad una posición de supernumerarios… A este libro siguieron otros que enriquecieron el diagnóstico como La inseguridad social, sobre la crisis de las protecciones sociales, La discriminación negativa, sobre los jóvenes del extrarradio de París golpeados por el desempleo, el fracaso escolar, o unas políticas de seguridad que no los reconoce como ciudadanos de pleno derecho. En fin, mas recientemente publicó El aumento de las incertidumbres: trabajo, protecciones, estatuto del individuo. Uno de su últimos escritos es la presentación del libro El futuro de la solidaridad, aún no traducido.
Procedente de una familia obrera de Brest, en Bretaña, Robert Castel estaba destinado a ser un obrero especializado, y de hecho realizó estudios de formación profesional para convertirse en tornero ajustador. Tanto entonces, como hoy, los destinos sociales estaban muy vinculados a los orígenes sociales. Intervino en su salida hacia el liceo, y favoreció el éxito posterior que obtuvo al superar la selectiva oposición a la Agregación, su familia de acogida formada por su hermana y su cuñado, y también el apoyo decidido de un maestro republicano que sobrevivió al campo de Buchenwald. De hecho, frente a los nacionalistas de campanario, siempre reivindicó la legitimidad republicana, el europeísmo, el internacionalismo, la solidaridad democrática que transita, libre como el viento, por encima de las fronteras y de las banderas. Pese a su elevada posición académica nunca renunció a sus raíces populares, lo que explica en parte la radicalidad y la fuerza de su obra sociológica. Buscó la verdad porque amó la justicia.
En su último año de vida, quizás porque era consciente de su enfermedad, pero también alentado por sus amigos, cuestionó algunas consignas fáciles, disfrazadas de reflexiones sociológicas, como “la desaparición del trabajo” que tanto pregonó Jeremy Rifkin, o los conceptos de “sociedad del riesgo global”, que prodigó Ulrich Beck un tanto irresponsablemente, pues a fuerza de amalgamar los riesgos terminó subsumiéndolos en un imaginario del riesgo del que es imposible evadirse, o el tan devaluado concepto de “exclusión social” que renuncia de partida al análisis de las trayectorias sociales diversas que pasan por la precarización y la desafiliación. En la actualidad sindicalistas, sociólogos y trabajadores sociales nos servimos de una terminología que circula de forma anónima, pero que es en buena medida fruto del esfuerzo intelectual de un sociólogo que no renunció a la conceptualización para pensar lo impensado de la vida social, un sociólogo que siempre recurrió a la imaginación sociológica. En una de las últimas entrevistas planteaba algunas reflexiones precisas para romper nuestra perplejidad ante la crisis. La organización racional del trabajo, que limita el tiempo de trabajo, me parece que es una idea progresista, preciosa en la historia de las ideas, y que es fecunda en la actualidad. (…) La solidaridad tiene que ver en cierto modo con el reparto del trabajo, y por tanto, con la regulación del tiempo de trabajo. Los cambios sociales progresistas pasan por trabajar todos, por reducir el tiempo de trabajo para todos, y por trabajar en mejores condiciones laborales, en el marco de una sociedad de semejantes que se sustenta en una solidaridad asegurada por la existencia de la propiedad social.
¡Salud Robert, por la vida! Ya llegaron los abejorros dorados a libar las flores de nuestro balcón. Enviamos a tus hijos Hélène y Philippe, y a todas las amigas y amigos, una rosa de primavera, la rosa roja de los federados fusilados en la Comuna, la de los republicanos españoles que sufrieron el exilio, la de las Columnas internacionales, la de los antifascistas que derrotaron a la barbarie, la de los deportados a los campos de exterminio, la de los estudiantes con los que compartiste tu sueños, la rosa que François Mitterrand depositó en el Panteón en homenaje a los hombres y mujeres ilustres, la de las mujeres y hombres que lucharon por un mundo mejor y murieron, como las arenas del mar, sumergidos en el olvido. Y levantamos por ti una copa de vino en homenaje a tu hospitalidad y generosidad, porque para nosotros sigues vivo. No te permitiremos marchar. Te retenemos en la memoria, y en tus numerosos y preciosos escritos. No te dejaremos irte discretamente en silencio, ni despedirte a la francesa, porque aun tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero.
* Catedráticos de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid, y autores de Sociología, capitalismo y democracia.
Este artículo apareció en su versión reducida en EL PAIS.
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